París, la ciudad de la luz que se apagó el viernes 13 de noviembre.
El pasado viernes París perdió su luz. Fue un día realmente negro para todas aquellas personas que odiamos la violencia más allá del lugar donde se produzca. París fue testigo de la más absoluta crueldad pero, a diario, estos mismos verdugos ejecutan estas acciones en todos aquellos territorios por donde pasan.
Este domingo, Madrid ha amanecido soleado y cálido y, para lo avanzado del otoño, invitaba a disfrutar del sol y la buena temperatura. Mi marido y yo hemos ido a comer a un restaurante del centro y después hemos estado paseando para aprovechar el buen tiempo. Durante el paseo y sin darnos mucha cuenta hemos llegado cerca de la Embajada Francesa; había mucha gente concentrada a sus puertas y paulatinamente ha ido llegando más y más. También había un despliegue policial considerable para asegurar el entorno.
Yo no hablo francés, sólo conozco las palabras más básicas, pero hoy no era necesario entender el idioma para sentir la tristeza que había en aquel lugar. Muchas personas estaban envueltas en la bandera francesa, otras llevaban flores y velas y la gran mayoría estaba con lágrimas en los ojos y la mirada perdida, sin dar crédito a los acontecimientos del pasado viernes, como tantas y tantas personas en el mundo.
Qué diferente es ver las concentraciones en los medios a estar allí, con tantas personas, sintiendo su energía y todas esas emociones que te van calando y te sorprendes con lágrimas en los ojos y una tristeza que te encoge el alma.
Del mismo modo que sentimos una tremenda desolación cuando vemos imágenes terribles, sobre los atentados que ocurren a diario, en lugares muy alejados de nuestras tierras, hacia personas como nosotros, personas que si sobreviven se ven obligadas a abandonar sus hogares para seguir viviendo o, en el peor de los casos, para perecer en el camino en su búsqueda de un lugar mejor.
En el orígen de todas estas batallas siempre hay intereses económicos y de control sobre territorios con recursos que todos quieren. Son las personas las que parece que importan poco, ellas son lo que se llama «daños colaterales» en todos los conflictos y la moneda de cambio cuando llega el momento de la venganza.
Esta vez le ha tocado a París, ha tocado cerca de nuestra casa, en una ciudad que ha sido y es estandarte de la libertad y la cultura. ¡Y todo ha sido tan atroz!. Las reacciones de los gobiernos occidentales promueven la unidad para luchar pero, ¿cómo se lucha contra quien está entrenado y dispuesto a morir? ¿como se lucha contra quien siente que morir es la forma de ganar la vida eterna en el paraíso?.
Esta ideología, que es su bandera, nos hace sentir vulnerables, desprotegidos, pensando que siempre habrá una rendija para colarse y que nos vuelvan a hacer daño. Porque nosotros sí valoramos la vida, la nuestra y la de los demás, es nuestro mejor regalo y por eso la cuidamos y la protegemos. Y en nuestra esencia no caben acciones así, indiscriminadas, masivas, frías y calculadas hasta el extremo. Y en eso hay que reconocer que nos llevan ventaja.
Ahora París está en estado de alerta máxima, ha desplegado su ejército, ha cerrado las fronteras, está con el miedo instalado en sus huesos pero en movimiento para seguir avanzando.
Y nosotros estamos aquí, tristes, impresionados, conmovidos y por qué no decirlo, también en alerta, porque nosotros también sabemos de esto: de pérdidas, de dolor, de rabia y de impotencia.
Pero hay que levantar la cabeza, mirar adelante, seguir viviendo sin que el miedo nos paralice y disfrutar momento a momento de nuestra pequeña pero grande, vida.
Cuando me he sentado a escribir el post semanal sólo podía escribir sobre este viernes aciago porque mi pensamiento, como creo que el de millones de personas, no podía alejarse de París, de su gente y de su luz, esa luz que tiene que volver a lucir en cada una de sus esquinas y de sus, hoy maltrechos, corazones.
Curiosamente el pasado viernes, 13 de noviembre, habría sido el 83 cumpleaños de mi padre, él también sabía mucho de lucha, de ausencias, de determinación y de ganas vivir.
A París se le apagó la luz el viernes 13 de noviembre, igual que se apagan a diario las luces de miles de hogares destruidos por tanta violencia, ¿qué se puede hacer para acabar con esto?, ¿cuál es la solución?, ¿porqué los seres humanos y las civilizaciones siempre repetimos los mismos errores?.
Enhorabuena Teresa. Atinado y sentido articulo.
Verdaderamente triste que se produzcan sucesos de este tipo y pensar que haya seres humanos dispuestos a tirar su vida a la basura con tal de causar daño a otros seres humanos
Gracias Vicente. Las religiones se usan como estandarte en estas luchas; pero nada más lejos de cualquier religión está el morir matando.
Lo malo no son las religiones en su origen sino quienes se «autoproclaman» sus verdaderos interpretes.y las convierten en algo muy distinto
Tienes toda la razón Vicente. El problema son sus intérpretes que las manejan a su antojo para manipular a las masas en función de sus propios intereses.
Totalmente de acuerdo Teresa
No tengo ,ni de lejos , idea de qué se podría hacer para que esto que ha ocurrido en Paris y anteriormente en otros lugares no se repitiera nunca masi en ningún otro lugar del planeta…. Lo que si creo que podría ayudar es que cada uno de nosotros en nuestro mini entorno sembráramos la semilla de «la ilusión por vivir» la «esperanza en un futuro prometedor» .Pues todos los seres humanos tenemos derecho a soñar y que a que se cumpla nuestra esperanza y nuestro sueño…
¿creemos que todos los seres humanos tenemos esperanza e ilusión?… y si no es así , quien nos lo puede proporcionar???….. un besazo Tere.. muy bueno como siempre tu post.
Gracias Katy. No me parece fácil encontrar una solución global a nivel estatal, más allá de los intereses creados de cada país. Pero, como bien dices, a nivel individual no debemos sentirnos vencidos, tenemos que soñar e ilusionarnos y pensar que la vida merece la pena.